Eran casi las ocho de la mañana.
Todos los días cogía el autobús de la línea 5. Ese día había una gran tormenta,
pero eso no era una excusa para no ir al trabajo. El conductor y yo nos hicimos
amigos de tanto subida y bajada. Ese día
lo notaba bastante extraño, no sé si era por el sueño, por la
tormenta o por las pocas ganas que tenía de sonreír a mi jefe. Me senté en el
mismo asiento de siempre, casi podría decir que ese asiento ya era mío. El
trayecto hasta el trabajo se me hacía bastante pesado, por lo que intentaba
distraerme observando por la ventana, pero con la lluvia era casi imposible
divisar un árbol.
El conductor se quejaba de la tormenta
porque apenas podía ver por dónde estaba conduciendo. Llegar tarde al trabajo
no estaba dentro de mis planes, sin embargo ese día no solo iba a llegar tarde.
El autobús se retrasó a menos unos
diez minutos por culpa de la tormenta. Me levanté de mi asiento y me despedí
del conductor. Abrí el paraguas para refugiarme de la fuerte lluvia. Pero
cuando lo coloqué por encima de mi cabeza, me di cuenta de que la lluvia había
cesado, aunque no solo había cesado, sino que hacía un sol espléndido, ¿cuándo
había parado de llover? Lo más extraño fue que no me había bajado en la calle
de siempre, ¿me había equivocado de parada? Imposible. El conductor gritó un
poco cabreado el nombre de mi parada, ¿dónde estaba? Miré a mi alrededor. No
había nadie. Estaba en medio de la nada, literalmente, ¿estaba en el campo?
Busqué entre mis bolsillos y mi móvil no estaba. Decidí caminar el rústico
lugar con la esperanza de encontrar algún alma caritativa que me ayudara.
Estuve un rato caminado hasta que di con una casa de madera. Me acerqué a ella.
Era una casa bastante antigua, no tenía ni idea de que aún se conservara este
tipo de casas. Me acerqué a la puerta, y con cierto temor, di unos cuantos
golpes. Escuché unos pasos acercando a la puerta. Carraspeé. La puerta se abrió
y apareció un hombre. Ese hombre iba vestido de una forma muy extraña. Se
podría afirmar que la ropa no pertenecía a este siglo.
- Buenos días – puse mi mejor
sonrisa -, ¿sería usted tan amable de dejarme usar su teléfono?
El hombre tenía una mirada
desafiante, que me aterraba seguir hablando por lo que esperé a que me
contestara.
Se tocó su sombrero varias veces
antes de hablar - ¿teléfono? – preguntó dubitativo con una voz grave -. No sé
de qué me hablas, forastero.
Oficialmente no estaba entendiendo
nada.
- Un teléfono para poder llamar a
alguien – le expliqué con mi mejor intención.
El hombre no comprendía lo que
decía – estoy muy ocupado para escuchar las locuras de un gandido – espetó -.
Debo de ir al mercado a vender las pieles.
Un momento, ¿me acababa de
insultar?, ¿qué es gandido?
-
Creo que hay un malentendido – quise aclarar.
El hombre empezaba a cabrearse –
vete de mis tierras, apuesto a que eres un liberal.
¿Qué?, ¿un liberal?, ¿a qué se
refería con liberal?
- ¿En qué año estamos? – inquirí.
El hombre estallo en carcajadas -
¿no sabes en qué año estamos? – volvió a reírse -. Estamos en 1818.
Me llevé las
manos a la cara, horrorizado, ¿cómo?, pero, sobre todo, ¿por qué? Esto es una
broma. El hombre se estaba burlando de mí, ¿no? No puede ser que yo haya
viajado en el tiempo, y si fuera así, ¿cómo lo había hecho? Hubiera preferido
otra época.
El hombre entró
de nuevo en la casa, dejándome solo y absorto. A los pocos segundos, apareció
con un arma. Debía marcharme de allí antes de que empezase a disparar. El
hombre cargó el arma y yo salí por patas de allí. Escuché un disparo, y la bala
cayó a mi lado. Me asusté más. La suerte no estaba de mi parte y tropecé con
una piedra. Estaba en el suelo. El hombre apareció a mi lado, sus labios
formaron una media sonrisa antes de disparar. Yo cerré los ojos con fuerza,
temiendo por mi vida.
- Marcos, Marcos.
Oí la voz del
conductor de autobús. Abrí los ojos y estaba sentado en el autobús - ¿qué ha
pasado?, ¿en qué año estamos? – salté de mi asiento, agarrando la chaqueta del
conductor, desorientado.
El conductor
sonrió – te has quedado dormido. Estamos en 2019.
Me relajé y me
separé del conductor. Todo había sido un sueño.
- ¿Estás bien? –
preguntó.
Sí – saqué mi
móvil del bolsillo -. Gandido insulto – dije, escribiéndolo en el
buscador.
¡Hola! Por un momento se me ha ido la mente al inicio de Outlander jajaja.
ResponderEliminarSaludos.